Naturaleza en pleno esplendor
Aunque en la mayor parte de las ocasiones las vías de comunicación, especialmente las carreteras, se limitan a ser exclusivamente un medio para alcanzar el destino final del viaje, en algunos casos pueden considerarse todo un fin en sí mismas. Esto es lo que ocurre en Noruega con la llamada Sognefjellsvegen, también conocida como R55, carretera de montaña que discurre entre el municipio de Lom y el comienzo de Sognefjord. Especialmente el tramo inicial de la misma, que transcurre entre Lom y el pueblo de Skjolden, situado éste ya en la orilla de uno de los brazos de Sognefjord, el denominado Lustrafjord, es una sucesión de paisajes espectaculares donde es posible deleitarse con la contemplación de una naturaleza todavía inmaculada y salvaje.
Está considerada la R55 como ruta de interés turístico en el país y bien que merece esta distinción, pues es difícil transitar por ella sin detenerse continuamente a contemplar la asombrosa belleza que te rodea. La carretera pasa junto al Fantestein, paso de montaña más alto de Escandinavia con sus 1.434 metros de altitud, como reza una placa en sus inmediaciones. A pesar de que estuvimos por allí a finales de un mes de julio, la nieve cubría aún buena parte de la zona, contrastando enormemente con el tiempo veraniego que habíamos disfrutado en Oslo apenas un par de días atrás. Desde este lugar se divisan algunas de las cumbres más elevadas de Noruega, entre las que destaca el Galdhøpiggen, cuya cima de casi dos mil quinientos metros de altura constituye el punto culminante de la península escandinava.
No podían faltar los glaciares en esta zona montañosa y agreste. Entre ellos merece especial distinción el Jostedalsbreen, el más grande de Europa continental con sus cerca de quinientos kilómetros cuadrados y sus casi seiscientos metros de espesor de hielo en algunos puntos. Aunque no puede rivalizar con el impresionante Vatnajökull, glaciar islandés de un tamaño casi veinte veces superior y cuyo espesor supera el kilómetro en algunos puntos, Jostedalsbreen no tiene nada que envidiarle en cuanto a belleza. Sus diferentes lenguas bajan poco a poco por estrechos valles para convertirse finalmente en tranquilos lagos, que reflejan la mole de hielo en su superficie impoluta, o vivaces ríos, que se dirigen raudos a su encuentro con el fiordo.
De entre las casi cincuenta ramas por las que avanza el glaciar valles abajo, las más conocidas y visitadas, tanto por su facilidad de acceso como por su belleza sin par, son las denominadas Briksdalbreen y Nigardsbreen. Los destellos azulados que adquiere esta última me sorprendieron sobremanera al acercarme hasta ella y no pude evitar contemplarla extasiado durante un buen rato. El frente de la enorme lengua helada de Nigardsbreen resulta tan atractivo, y parece tan simple subir a él, que es difícil resistirse a la tentación de escalarlo. Aunque conviene ir con vestimenta adecuada y, si es posible, acompañados de un guía, pues en el fondo no es tan dócil como aparenta y las sorpresas en forma de grietas, resbalones o incluso ataques de pánico no son infrecuentes del todo.
El lento avance de Nigardsbreen forma curiosas cuevas en su parte baja. Algunas de ellas son accesibles durante un tiempo y las hay que incluyen preciosas lagunas glaciares en su interior. Lamentablemente, en esta época de calentamiento global de la Tierra la mayoría de las ramas de Jostedalsbreen más que avanzar retroceden, hecho bastante evidente en Briksdalbreen últimamente. A pesar de ello, este lugar es uno de los pocos del Planeta donde la naturaleza se muestra en estado puro, en todo su esplendor. Aunque para el futuro espero que la tendencia climática se revierta porque, de continuar por este camino, el dicho noruego que afirma que los niños locales vienen al mundo con los esquís puestos perderá todo su sentido un día no demasiado lejano.