Gran Cañón del Colorado (por Jorge Sánchez)
Iba viajando en autostop por el sur de Estados Unidos con destino a California. En Santa Fe (Nuevo México), el primer vehículo que paró me dejó en Albuquerque, y al poco rato me recogió Frank, un joven de unos treinta y cinco años, de Alabama, que iba camino de Phoenix, Arizona, para buscar un trabajo de dependiente de supermercado. Al poco de emprender el viaje le convencí para que visitáramos juntos el Gran Cañón del Colorado, que quedaba de paso, y donde pasaríamos dos días alojados en un camping. Paramos en una tienda del camino, en Flagstaff, para comprar carbón y carne con el que gracias al hornillo de Frank, preparamos esa noche costillas de cordero para cenar. Tras la cena dormimos plácidamente a la luz de las estrellas.
Por la mañana notamos que, a pesar del turismo masivo que allí se concentraba, ello no restaba absolutamente nada a la majestuosidad inigualable del cañón. Durante horas y horas permanecimos ensimismados admirando aquel extraordinario regalo de la naturaleza; su belleza estaba más allá de la imaginación. Aquello era una maravilla entre las maravillas. Frank, extasiado, exclamó como para sí:
—Cuando Dios creó el mundo, lo hizo ¡beautiful!…
Oí a un guía que explicaba a sus turistas que el primer europeo que contempló el Gran Cañón del Colorado fue el español García López de Cárdenas (que era de la provincia de Badajoz), componente de la expedición de Francisco Vázquez de Coronado (que era de Salamanca), en la primera mitad del siglo XVI, cuando iban a la búsqueda de las siete ciudades legendarias de Cíbola. Sin embargo, el primer europeo en explorar el río Colorado fue el trujillano (de Cáceres) Fernando de Alarcón, aunque desapareció entre sus aguas. Hasta 3 siglos más tarde ningún otro explorador europeo vería de nuevo ese Gran Cañón ni navegaría por el río Colorado.
La profundidad del cañón supera los 1.500 metros. Las agencias de viajes organizaban raftings por el río Colorado, excursiones en mula, y trekkings varios. Cada hora, un helicóptero iniciaba un nuevo vuelo deslizándose por entre las paredes del cañón para que los turistas pudieran realizar fotos espectaculares. A media tarde del segundo día dejamos el Gran Cañón del Colorado y proseguí con Frank el viaje hacia Phoenix para buscar trabajo en un supermercado, pero a mitad de camino le convencí para, antes de llegar al supermercado de Phoenix, desviarnos unos pocos centenares de kilómetros para visitar por un par de días Las Vegas. Y él accedió.