Qanat persa (por Jorge Sánchez)
Mientras iba descubriendo a pie la parte histórica de Yazd, en varias ocasiones me encontré por las paredes con letreros de UNESCO donde me indicaban un Qanat. Al principio no me interesé por ellos, pues eran como túneles que penetraban en un subterráneo. Pero a fuerza de ver letreros acabé entrando en dos de ellos, más bien motivado por el signo de UNESCO que por el interés que me causó el túnel oscuro. Al bajar por ellos tenía la sensación de que iba a coger el Metro. Una vez abajo comprobé que había una verja que me impedía seguir más allá hasta el agua.
El segundo Qanat fue mejor, pues justo se hallaba en el interior de una gran mezquita muy atractiva, donde tuve que pagar para entrar (150.000 riales). Justo esa mezquita se encontraba cerca de mi hotel y por la noche, cuando cenaba sobre el tejado, la iluminaban. Según la recepcionista de mi hotel, Marco Polo escribió sobre esa mezquita en su libro de viajes que le escribió su compañero de mazmorra, un nativo de Pisa llamado Rusticello. Un letrero en esa bellísima mezquita (llamada Jameh) afirmaba que me encontraba en el Qanat Zarch, que tenía 2.000 pozos y cuya longitud era de 90 kilómetros, lo que le convierte en el más extenso del mundo.
Había más Qanats en Yazd, pero ya no bajé a ninguno más; con dos ya tuve bastante. De haber sido sólo por los Qanats no habría viajado e Yazd. Y si fui fue por visitar otros lugares de esa extraordinaria ciudad que me atrajeron más, mucho más, como el templo de los seguidores de Zoroastro con el fuego eterno que un monje alimenta con leña cada día desde hace más de 1.000 años, las Torres del Silencio, un jardín persa que era también patrimonio mundial (el Dolat Abad), más la ciudad vieja de Yazd con sus mezquitas y zocos, donde me paraba para comprar pistachos a precios de ganga.