Ferrocarril de Irán (por Jorge Sánchez)
Soy un enamorado de los viajes en trenes, por ello, en cada país que visito donde exista este medio de locomoción lo utilizo sin titubear. Y tal fue el caso de Irán, aunque sólo tuve la oportunidad de viajar en tren en dos ocasiones; la primera desde Mashhad a Yazd (unas 15 horas, noche incluida), y la segunda y más excitante, desde Andimeshk a Teherán (unas 15 horas, noche incluida). Este segundo recorrido forma parte del sitio indicativo de UNESCO bajo el nombre de «Patrimonio industrial del ferrocarril de Irán».
Desde el año 1927 al 1938 se construyó en Irán la línea Trans-Iraní, o Transpersa, que unía el Mar Caspio con el Golfo Pérsico. Compré en Andimeshk un billete en un compartimento de 4 literas compartiéndolo con tres hombres iraníes muy amables que no dejaron de agasajarme todo el rato invitándome a comer pistachos o pan con queso, siempre sonrientes. Los iraníes son gente estupenda. Frente a la estación de Andimeshk había una reproducción de una locomotora cargando soldados, y es que el tren se utilizó para desplazar tropas iraníes a la frontera con Irak durante la guerra contra este país en los años 1980-1988.
En todas las estaciones de trenes se exhiben las fotografías de los dos líderes religiosos de Irán, omnipresentes en todos los edificios públicos tras la revolución de 1979: el ayatolá Jomeini y Alí Jamenei. Siempre aparecen juntos; parecen personajes folclóricos, como Lenin y Stalin en tiempos de la URSS, el Gordo y el Flaco, o como el oso Yogui y su amigo Bubu en los dibujos animados de Hanna-Barbera.
El paisaje que atravesé fue hermoso. Atravesamos desierto, ríos, poblados pequeños, puentes, montañas y valles. Fue una lástima que a las 6 horas de mirar por la ventana sin parar se hiciera de noche y ya no pude apreciar más el paisaje hasta que amaneció. A bordo se sirve cena y también desayuno en el vagón restaurante. La parada más larga fue en la sagrada Qom, la ciudad de los ayatolas, como me dijeron mis compañeros de vagón. Una vez en Teherán me desplacé en metro a mi albergue frente al Palacio de Golestán (Patrimonio Mundial de UNESCO), que visitaría al día siguiente.