Vecinas bien avenidas
Los escasos sesenta kilómetros que separan Bratislava y Viena hacen de estas dos históricas ciudades las capitales europeas que a menor distancia están situadas. Y aunque durante los tiempos de la Guerra Fría vivieron una a espaldas de la otra, dando la sensación de que las separaba un abismo, ahora la comunicación entre ellas es sencilla y fluida. A pesar de su interesante legado, Bratislava sigue siendo aún considerada un poco la hermana pobre tanto de su capital vecina como de Praga, ciudad con la que en cierto sentido tuvo la desgracia de compartir país durante varias décadas. Calificación algo injusta a mi modo de ver, pues el casco histórico de la capital eslovaca, aunque no demasiado extenso, presenta diversos edificios de interés y un tranquilo paseo por sus empedradas calles es una experiencia realmente agradable.
Llegamos a Bratislava un día de 2002 y lo primero que me sorprendió de la capital eslovaca fue su emplazamiento a orillas del Danubio, con el viejo castillo vigilando a la vez la zona noble de la villa y las aguas del caudaloso río. Las mejores vistas de la población se obtienen, por consiguiente, cruzando a la orilla opuesta, desde donde se aprecian los tejados rojos de sus viejos edificios, que parecen rendir pleitesía a la cubierta verdosa de la catedral. Ya en el centro histórico todas las calles conducen a Hlavné Námestie, la plaza principal de la villa. No lejos de allí se encuentra la calle Michalská, una de las diversas vías peatonales del centro, con sus antiguas construcciones y la localmente conocida como Michalská Brána, única torre de defensa que queda entre las varias que tenía la ciudad en el medievo.
No lejos de la capital eslovaca se localiza Trnava, otra ciudad de larga historia y relativo interés en la actualidad. Debido al abundante número de edificios religiosos que allí se encuentran, esta población es conocida localmente como la pequeña Roma o la Roma eslovaca. Puede verse aún buena parte de las murallas que antiguamente protegían la villa. Y entre los numerosos templos que se conservan destaca la basílica de San Nicolás, con sus imponentes torres gemelas. De origen gótico, con el tiempo fueron añadiéndosele algunos elementos barrocos que dieron al edificio un aspecto aún más grandioso, aunque quizás un tanto excesivo.
Sin ánimo de establecer comparaciones entre los monumentos de estas dos capitales vecinas, a nuestro regreso de Eslovaquia pasamos unos días en la ciudad de Viena. Era mi segunda visita a la capital austriaca y allí pude descubrir numerosos rincones que me habían pasado desapercibidos durante mi anterior estancia. Y, aunque el barroco no es mi estilo arquitectónico favorito, he de admitir que los edificios históricos de interés son casi incontables en la ciudad vienesa. Del Schönbrunn al Hofburg pasando por el Belvedere, el Schönborn, el Liechtenstein, el Lobkowitz…los palacios aquí surgen como setas y tienes muchas posibilidades de toparte con uno de ellos al doblar cualquier esquina en el casco histórico de la población.
Ya estaba algo hastiado de tanto edificio barroco cuando la visión de la catedral de San Esteban me trajo algo de aire fresco. Este templo, de decididas líneas góticas, es curiosamente toda una referencia en una ciudad tan palaciega como ésta. En él se casó Mozart y también se celebró un funeral de tercera clase por el alma del compositor, a pesar de su pertenencia a una logia masónica. Quizás por esto los vieneses sientan auténtica devoción por este edificio, especialmente por su majestuosa aguja, que supera los ciento treinta metros de altura y a la que denominan de forma afectuosa con el diminutivo Steffi. Debe ser, sin duda, porque su cima marca el punto más cercano al cielo de toda la villa, ése que los habitantes de Viena casi tocan también cuando disfrutan del limpio sonido de cualquier sonata del genio.