Viaje a Lilliput
Liechtenstein es un minúsculo país centroeuropeo situado entre Suiza, con quien el río Rhin actúa como frontera, y Austria, de quien está separado por las altas cumbres alpinas. Con sus escasos ciento sesenta kilómetros cuadrados, hace falta casi una lupa para encontrar este diminuto estado en la mayoría de los mapas europeos. Pero no conviene hacerse eco de la escasa entidad que a Liechtenstein se le supone, pues sus menos de cuarenta mil habitantes disfrutan de una calidad de vida incluso superior a la de sus vecinos suizos y en su pequeño territorio es posible encontrar paisajes que no desmerecen a los más conocidos del colindante Tirol austriaco. Por no hablar de la calma a todas luces envidiable que se disfruta en este lugar que parece sacado de un cuento.
Llegamos a Liechtenstein en agosto de 2002 procedentes de la cercana localidad suiza de Sargans. Teníamos alojamiento en Triesen, uno de los once municipios que componen el estado, que está situado en la ribera del Rhin, en la zona sur del país. A escasa distancia se encuentra la población de Triesenberg que, como su nombre indica, es la cabeza del municipio más alto del país. Aquí se habla un antiguo dialecto del alemán conocido como walser, cuyo origen se halla en el cantón suizo de Valais. La iglesia parroquial de Triesenberg fue construida en el siglo XVIII y la cubierta de su campanario presenta una característica forma bulbosa.
También en el municipio de Triesenberg, pero más arriba aún, está la aldea de Malbun, situada a más de mil seiscientos metros de altura. Sus alrededores son absolutamente bucólicos e ideales para hacer senderismo en verano y practicar deportes de nieve en invierno. Mientras dábamos una vuelta por el precioso valle donde está situado el pueblo, rodeado por espectaculares montañas, no pude sustraerme a la idea de que este lugar representa la típica imagen alpina que nos ha sido inculcada desde siempre. Para que no faltara de nada, había hasta un buen número de vacas pastando tranquilamente por allí, sin absolutamente nadie que las incordiara, que contribuían a acrecentar la estampa idílica y encantadora del sitio.
Los trayectos son tan cortos en Liechtenstein que si te descuidas un poco ya estás fuera del país. Así que, casi sin darnos cuenta, fuimos un día a parar a la ciudad austriaca de Feldkirch y doy fe que mereció la pena. Esta villa tiene un interesante casco antiguo medieval, que incluye buenas muestras de la arquitectura tradicional de la zona. Todavía conserva restos de sus poderosas murallas, así como una catedral gótica y el castillo de Schattenburg, construido en el siglo XII. Feldkirch está atravesada por un afluente del Rhin llamado Ill, curiosamente el mismo nombre que otro tributario de ese río que años antes tuvimos oportunidad de ver en la ciudad francesa de Estrasburgo.
Vaduz nos recibió engalanada pues se celebraba el aniversario del Príncipe ese día. Con sus tradicionales casas, el ambiente festivo existente y el castillo situado sobre una verde colina que domina la ciudad, la capital de Liechtenstein me pareció una población sacada de un cuento de hadas. El día de su cumpleaños, el príncipe de Liechtenstein obsequia a sus súbditos con su presencia y una fastuosa colección de fuegos artificiales que éstos celebran con júbilo. Para que nadie se pierda el acontecimiento, el transporte público es gratis durante esa jornada y absolutamente todo el país se concentra en la plaza situada debajo del castillo a la espera del festejo. Mientras desde la distancia observaba los destellos iluminando el cielo, tuve la extraña sensación de haberme trasladado a Lilliput y estar viviendo una experiencia tan solo fruto de mi imaginación.