Fractura abierta
La situación surrealista que se vive en los últimos tiempos en la región autonómica española de Cataluña mantiene ciertas similitudes con la que pude vislumbrar durante mi viaje al estado oceánico de Fiji. Dos sociedades divididas, enfrentadas y que no se soportan una a la otra apelan una y otra vez al discurso del odio, tratando de imponerse y obtener el máximo beneficio posible en detrimento del contrario. Aunque las causas por las que se ha llegado a esta situación sean dispares en ambos casos, el fondo de armario es común y responde a la necesidad del ser humano de sentirse diferente, manejando un instrumento identitario que suele variar entre el idioma, el aspecto físico o, en casos más delirantes, hasta el grupo sanguíneo.
Fiji vive desde hace tiempo una situación bastante inestable, debido a la existencia de dos grupos étnicos bien diferenciados y que suelen vivir a espaldas uno del otro. Todo empezó a finales del siglo XIX, cuando estas islas eran colonia británica y numerosos inmigrantes indios comenzaron a llegar hasta ellas para trabajar en las plantaciones de caña. La población indo-fijiana fue creciendo paulatinamente a la vez que mantuvo su lengua, religión, tradiciones y costumbres, lo que ha llevado a que su integración en la forma de vida tradicional fijiana sea prácticamente nula. Unido a su mayor habilidad para los negocios, que ha hecho que la economía del país esté prácticamente en sus manos, no resulta sorprendente la tensión que se vive en Fiji un día tras otro.
Suva es la capital fijiana y, aunque es una de las ciudades más pobladas del Pacífico, ofrece una impresión general de calma. No destaca por su atractivo arquitectónico pero es interesante darse una vuelta por el mercado municipal, donde multitud de vendedores ofrecen todo tipo de comestibles, destacando los manojos de raíces de taro, producto básico en la dieta de esta parte del mundo. Y no hay que olvidarse de subir a la planta superior del edificio, donde se sitúan los vendedores de kava, raíz usada para producir una bebida muy consumida en diversos lugares del Pacífico. Se trata de una bebida tranquilizante, sin contenido alcohólico pero que te sume en un estado de relajación muy agradable.
También puede verse en Suva algún que otro edificio de interés. Como el Ayuntamiento Viejo, un buen ejemplo de arquitectura victoriana. O la Biblioteca, que data de principios del siglo XX. También se encuentra aquí el edificio del Parlamento de Fiji. Y diseminadas por la ciudad hay templos dedicados a los más diversos cultos, destacando la iglesia presbiteriana de San Andrés, hecha por entero de madera, y la catedral anglicana, que tiene forma de barco. Aunque quizás la más interesante sea la catedral católica, que fue construida en 1902 y ofrece ciertas similitudes con algunas iglesias que he tenido ocasión de visitar en el continente americano.
La distribución de los indo-fijianos en las islas de Viti Levu y Vanua Levu es variable, aunque suele concentrarse en las ciudades costeras del norte y el oeste. Apenas hay trazas de ellos en el interior y en poblaciones del este como la mencionada Suva. Sin embargo, son habituales en Nadi, localidad situada en la zona opuesta de Viti Levu, donde abundan motivos hindúes como sus coloridos templos. La fractura abierta en la frágil sociedad fijiana, como en la catalana, como en la belga, es tanto geográfica como moral. Poco a poco se va abriendo paso y, si alguien no lo impide, acabará en una división traumática, alentada por unos y otros e impropia de unas sociedades que presumen de civilizadas cuando, aunque les pese, no lo son en absoluto.