Con capacidad para unas quince mil personas, el anfiteatro de Tarraco fue edificado en el siglo II en la actual Tarragona, una de las principales ciudades de Hispania en la época. Dedicado fundamentalmente a lucha de gladiadores o espectáculos en los que intervenían fieras, también servía como escenario de ejecuciones, entre ellas la de Fructuoso, obispo de la ciudad y que fue quemado vivo en la arena. Presenta la particularidad de estar situado junto al mar, lo que acrecienta su sentido estético, aunque parece ser que la razón era más bien funcional pues facilitaba el transporte de los animales desde el punto donde eran desembarcados.