De autor anónimo, el acueducto romano de Segovia asemeja un gigantesco puzzle de más de veinte mil piezas, colocadas unas sobre otras en un prodigio de estabilidad y equilibrio sin precedentes. Excepto su función de abastecer de agua a un asentamiento humano, casi todo en él es desconocido, incluida su fecha de construcción o la población a la que suministraba el líquido elemento. Se supone que fue edificado a finales del siglo I o quizás comienzos del siglo II, en tiempos de Vespasiano, Domiciano o quizás incluso de Trajano, pero en realidad tampoco importa. Tan magna obra destila tal grado de perfección que parece que los desconocidos dioses a quienes fue encomendada la han protegido, de forma que dos milenios más tarde aún podamos asombrarnos ante su contemplación.