En plan estrella
No es tan fuerte como el elefante, ni tan poderoso como el tigre, ni sus mandíbulas son tan potentes como la del cocodrilo, pero no hay duda de que el león es el rey de la selva. O, escrito con más propiedad, de la sabana, que suele ser su medio favorito. Antiguamente extendido por toda África, el oeste y el sur de Asia, así como el sur de Europa, en la actualidad su hábitat se reduce a una parte del África subsahariana exceptuando una pequeña zona del estado indio de Gujarat. Allí, en una reserva de tamaño inferior a los mil quinientos kilómetros cuadrados subsisten los últimos leones asiáticos, cuyo número de ejemplares alcanzaba los seiscientos cincuenta a fecha de agosto de 2017.
Además de la asiática, existen en la actualidad cinco subespecies más, todas ellas confinadas en el continente africano. La más abundante es Panthera leo nubica, que vive en el sur y el este de África, con especial frecuencia en Tanzania. Los últimos datos sostienen que en este estado habitan unos diecisiete mil leones, lo que supone aproximadamente la mitad de la actual población mundial. Para hacerse una idea del declive sufrido por tan mítica especie, se calcula que a mediados del siglo veinte el número de ejemplares en libertad se acercaba al medio millón. Cinco décadas después la cifra se había reducido a unos cien mil y en la actualidad es muy posible que no supere los treinta mil. Las causas de tan pronunciado descenso son variadas, aunque es muy posible que la competencia con el ser humano por el territorio sea la principal.
No cabe duda de que el signo de identidad del león es su espesa cabellera, única entre los felinos. Al parecer, la densidad y el color más oscuro de la melena parece estar asociado a la producción de testosterona, más abundante entre los ejemplares que presentan estas características. Parece descartable, por consiguiente, la teoría de que una cabellera negra esté relacionada con una mayor edad, tal como sostienen muchos guías africanos. Esta afirmación es muy común en las inmediaciones del tanzano lago Manyara, donde se asegura también que estos félidos trepan con facilidad a los árboles. No pongo en duda la veracidad de este dicho, pero cuando estuve allí los leones que vi presentaban una melena dorada y sus garras estaban bien situadas en tierra.
En el vecino cráter de Ngorongoro se calcula que viven entre sesenta y setenta ejemplares, lo que significa una de las densidades más altas de la especie debido a su pequeña superficie. Sin embargo, genéticamente no presentan diversidad, con el riesgo que ello conlleva, debido a una enfermedad transmitida por un mosquito que diezmó su población en la década de los sesenta del siglo XX, dejándola en apenas una docena de ejemplares. Los machos que viven en el interior del cráter son tan territoriales que no dejan a los de fuera penetrar en su feudo. Sin embargo, a ojos del visitante se comportan como grandes gatos, como aquel que se rascó la espalda contra nuestro vehículo cuando estuvimos visitándolo.
Pero si hay un lugar en el mundo donde el hecho de ir a ver leones se convierta en toda una experiencia, no es otro que el Serengeti. En esta reserva tanzana, quizás la más mítica que existe para ver fauna salvaje, viven más de tres mil ejemplares. Aunque esta cifra no constituye la mayor a nivel mundial, honor que corresponde a la reserva también tanzana de Selous con unos siete mil quinientos, sí lo es en densidad, puesto que la superficie de ésta quintuplica a la de aquella. Especie más emblemática del Serengeti con diferencia, los leones incluso parecen posar para las numerosas cámaras que intentan llevarse sus retratos como recuerdo. A veces incluso dan la impresión de saber que son las auténticas estrellas de ese grandioso espectáculo que es la contemplación de la vida salvaje en la sabana africana.