La isla bonita
Geográficamente el país de los pollos sagrados, traducción literal de la palabra Samoa, no tiene nada que ver con el resto de los estados de su entorno. Forma parte esta nación de la zona del Pacífico Sur conocida como Polinesia, compuesta por grupos de archipiélagos mayoritariamente formados por abundancia de islas de origen coralino, que se caracterizan por su poca elevación sobre la superficie del mar. De ahí viene precisamente su denominación, donde el prefijo poli se refiere al elevado número de islas allí existentes. Pues bien, el estado de Samoa lo componen solamente dos islas principales, Savai’i y Upolu, más un escaso grupo de islotes, la mayoría de ellos deshabitados. Y estas islas mayores no son de origen coralino sino volcánico, por lo que presentan elevaciones que pueden llegar a alcanzar una altitud considerable.
De las dos islas que componen Samoa, Upolu presenta una superficie inferior a la de su hermana Savai’i, aunque en ella está situada la capital del país, Apia. Según la mitología polinesia, la isla tomó su nombre de la primera mujer que habitó en ella. Y Upolu debió ser realmente una fémina de una belleza sin par pues su porción de tierra homónima, que surgió de las entrañas del océano como resultado de fenómenos volcánicos internos, no dejó de asombrarme desde el momento en que la pisé a finales de julio de 2008. Aquí se encuentran las cascadas más bellas del Pacífico, ríos que se abren paso vertiginosamente entre la foresta, volcanes apagados cubiertos por una selva impenetrable, pequeñas lagunas de agua dulce y sorprendentemente fresca. Y playas, playas de impoluta arena blanca lamidas por un agua cristalina cuyo aspecto varía del verde esmeralda al azul turquesa.
La cascada Sopo’aga es una de las más altas y bellas de Upolu. La forma un caudaloso arroyo cuyas aguas caen desde cincuenta metros a un pequeño lago donde es posible darse un refrescante baño, aunque el acceso hasta él es dificultoso. Se puede obtener una magnífica vista de la caída de agua desde un punto de observación situado junto a una de las carreteras que cruzan el interior de la isla. Aguas arriba del mismo río se encuentra la cascada de Fuipisia, con unos metros más de altura y parecida belleza, pero con un ascenso algo más complicado. El salto de agua más alto en la isla es la cascada Papapapaitai, que cae desde más de cien metros a un antiguo cráter volcánico.
Al contrario que en la mayor parte de las islas de origen volcánico que existen en el Planeta Tierra, en Upolu pueden encontrarse playas de fina arena blanca, fundamentalmente en su zona sur. La mayoría de ellas suelen estar prácticamente desiertas, pues la costumbre de tumbarse bajo el sol no es propia del pueblo samoano. Una de las más bellas es la playa de Lalomanu, de finísima arena y donde el tono casi níveo de ésta parece estar incrustado entre el espectacular verde de las cercanas montañas y el turquesa de las poco profundas aguas de la laguna. Por suerte, el turismo masivo que asola otras zonas de Polinesia aquí es casi desconocido aún y todavía es posible disfrutar de lugares paradisíacos y casi vírgenes en el litoral de la isla.
No hay duda de que el color predominante en Upolu es el verde, que aquí adquiere todas las tonalidades posibles. En zonas como Uafato se obtienen espectaculares imágenes de montañas tapizadas por un denso bosque lluvioso que permanece aún, y esperemos que por mucho tiempo, inalterado por la acción del ser humano. Montañas que desde la lejanía parecen cubiertas por una alfombra verde adornada por los vivos colores de esas flores tan abundantes en la isla. Gozan éstas de gran importancia en la cultura samoana y entre ellas nunca pasa desapercibida la teuila, todo un símbolo en este país y que da nombre a un festival celebrado anualmente. Quizás sea la imagen de esta flor, de aspecto similar a una pluma roja, la que mejores recuerdos me trae de Upolu y me lleva a soñar con volver a pisar esta isla de ensueño algún día.