Cobijo del órix
Una vez tomada la decisión de viajar de nuevo al Golfo Pérsico, al comunicar la noticia a nuestros allegados y algún que otro conocido la conversación transcurría más o menos en los siguientes términos. ‘¿A dónde decís que vais?’, nos inquirían. ‘A Qatar, un emirato del Golfo Pérsico’, era la respuesta. ‘Estáis locos’, comentaban, ‘pero si David solo tiene dos meses’. ‘Bueno, estará allí mejor que aquí, el clima es magnífico en esta época del año’, contestábamos. ‘¿Y si le sucede algo grave?’, insistían. ‘Le puede ocurrir lo mismo si nos quedamos aquí y allí también tienen hospitales en caso de emergencia’, argüíamos. Poco tiempo más tarde llegábamos a Doha, la capital de Qatar, procedentes del vecino emirato de Bahréin.
El emirato de Qatar había estado cerrado a los visitantes hasta pocos años antes de nuestra llegada, por lo que la infraestructura turística en todo el país estaba aún en mantillas. Encontrar un hotel en Doha, todavía bajo la resaca de un evento deportivo que acababa de concluir, no fue tarea fácil. Pero todo evoluciona mucho más rápido en el Golfo Pérsico que en el resto del mundo y el estado qatarí había decidido apostar fuerte por el turismo, así que ya empezaba a intuirse el boom que ocurriría pocos años después. No presumo de profeta, pero ya por entonces me daba la impresión de que toda esta zona iba a convertirse muy pronto en un referente mundial en el turismo de sol y playa, al menos durante los meses de invierno en el hemisferio norte, como ha empezado a suceder.
La capital qatarí es una ciudad agradable y tranquila, en la que da gusto pasear con calma observando como transcurre la vida cotidiana de sus habitantes. En ella vive más del 80% de la población del emirato y, de hecho, es la única localidad de Qatar que puede considerarse ciudad, siendo el resto de los lugares habitados en el país poco más que pequeñas aldeas dispersas en un territorio desértico. Los lugares de interés histórico en Doha son escasos. Algún lugar de culto, como la Gran Mezquita al-Fateh o la Mezquita Abu Bakr al-Siddiq, ambas de construcción relativamente moderna. Un par de museos, el Museo Nacional y el Museo Etnográfico, no demasiado apasionantes. Probablemente la actividad más interesante a realizar sea dar una vuelta por la Corniche, un largo paseo marítimo desde donde es posible apreciar bonitas vistas de la bahía y de alguna isla cercana.
A unas decenas de kilómetros de distancia de Doha, cerca de la población de al-Shahaniya, se encuentra el lugar conocido como al-Maha. Allí se estableció hace unas décadas el denominado Arabian Oryx Breeding Centre, centro dedicado a la cría en cautividad del órix blanco u órix de Arabia. Este precioso antílope del desierto, de pelaje blanco como la nieve salvo en la cara, patas y cola, estuvo a punto de extinguirse en la segunda mitad del siglo pasado y aún sigue en serio peligro, pues las manadas en libertad son escasas. En esta granja se alimenta a numerosos ejemplares de la especie y se les prepara para su futura reintroducción en la vida salvaje.
No podíamos dejar escapar la ocasión de acercarnos a ver estos animales de largos cuernos astifinos, tan paralelos que se cree que dieron origen a la leyenda del unicornio. Poder vislumbrar ejemplares de un mamífero tan bello y tan en riesgo cierto como éste es una experiencia que recomendaría a cualquiera, aunque no sea posible acercarse a ellos. Esperemos que algún día no muy lejano las manadas de órix recorran de nuevo el desierto árabe tal y como lo hacían sus antepasados, hasta que la caza abusiva por parte de ese gran depredador que es el ser humano casi los esquilmara por completo.