Atracción fatal
Una de las estampas más espectaculares de ese Caribe verde, montañoso, de exuberante vegetación y alejado de la imagen típica y tópica que suelen venderle al turista occidental, la constituyen dos colinas casi gemelas que se elevan al suroeste de la isla de Santa Lucía. Entre los locales son conocidas como Pitons, que en lengua francesa viene a significar algo así como lo que en castellano denominamos agujas para referirnos a un pico con apariencia aguda. En este caso, esta apelación resulta del todo adecuada, pues su apariencia les confiere un aire de arrogante verticalidad cuando elevan sus picos hacia el cielo, como si mantuvieran una interminable competición entre ellas para ver cuál de las dos se mantiene más recta.
Tal y como ocurre con su imagen más representativa, Santa Lucía conserva una especie de identidad gemela que se reparte entre las dos naciones que la colonizaron. A pesar de ser los ingleses quienes se llevaron finalmente el gato al agua, la isla mantiene buena parte de su alma francesa, que se muestra al exterior en muchos de sus topónimos, su dialecto criollo, su gastronomía, su religión mayoritariamente católica y hasta me atrevería a decir que la dulzura de su gente. De su pasado británico queda el idioma oficial, su modelo tanto educativo como político y el hecho de ser miembro de la Commonwealth. Aunque, quizás para no olvidar sus raíces galas, también forma parte de La Francophonie. Curiosamente, sin embargo, el nombre de la isla es español, pues le fue dado por Cristóbal Colón cuando la descubrió a principios del siglo XVI.
En tanta consideración tienen los ciudadanos de Santa Lucia a su silueta más conocida que hasta le han asignado un lugar preeminente en su enseña nacional. En efecto, la bandera estatal muestra simplemente un par de triángulos insertos uno en el otro, en representación de los Pitons, sobre un fondo completamente azul, en referencia al color del cielo y de las aguas del Caribe. Aunque las dimensiones de los triángulos han ido evolucionando en diferentes versiones de la enseña, la actual asigna simbólicamente al menor la mitad de superficie que al de mayor tamaño. En realidad, no hay tanta diferencia entre la altura de ambos picos, si se tiene en cuenta que el conocido como Gros Piton mide setecientos setenta metros mientras que su cuasi gemelo, el Petit Piton, llega hasta los setecientos cuarenta y tres metros.
Ambas colinas son dos antiguos conos volcánicos y se encuentran en un distrito que aún mantiene una considerable actividad vulcanológica en su interior, a la que hace referencia su nombre de Soufrière. No lejos de ellos se eleva un volcán activo, el Qualibou, que provoca unas famosas emanaciones conocidas como Sulphur Springs y muy apreciadas por los visitantes de la isla. El agua caliente de contenido sulfuroso que baja del volcán llega hasta los Jardines Botánicos Diamond, adonde acudía la clase adinerada de Santa Lucía a bañarse en ella cuando Soufrière era la capital de la isla en el siglo XVIII. Y parece ser que la esposa de Napoleón, Josephine, frecuentaba tales baños en su adolescencia, cuando pasó unos años en esta villa procedente de su Martinica natal.
Mis esperanzas de ver los Pitons aunque fuera desde la distancia ya se habían casi desvanecido, al no poder hacerlo cuando visitamos Santa Lucía. Más aún cuando unos años después aterrizamos en el aeropuerto de la isla, para una escala de unas horas, acompañados de una lluvia persistente que imposibilitaba la visibilidad. Poco a poco, el cielo fue despejándose y empecé a ilusionarme con la posibilidad de vislumbrarlos. Debí de cruzar los dedos durante la maniobra de despegue, pero cuando tomábamos altura las nubes comenzaron a rodearnos de nuevo. Ya estaba resignado por completo, cuando inesperadamente el pequeño aeroplano giró casi noventa grados y allí los tenía, con su apariencia de centinelas perpetuos levantando sus agujas al cielo ante mis ojos. Y en aquel momento supe que algún día me encontraré con ellos de nuevo porque, al igual que dicen sucede con los toreros, esa atracción que emana de los pitones se había instalado definitivamente en mi interior.