Mezcla explosiva
Acabábamos de llegar a Honiara, la capital de las Islas Salomón, cuando fui testigo de una escena que me resultó un tanto sorprendente. Una vez que el taxista que nos llevaba al hotel detuvo su vehículo delante del establecimiento, inmediatamente abrió la puerta y escupió en el suelo. Lo extraño no fue el escupitajo, hecho que, aunque en las sociedades occidentales resulte desacostumbrado, aún es ampliamente practicado en numerosas culturas, sino el color rojo intenso del esputo. Por un momento pensé que el conductor estaba afectado de tuberculosis, pero a la vista de su aspecto un tanto rollizo en cuestión de segundos descarté tal teoría y caí en la cuenta de lo que realmente se trataba. Seguramente aquel taxista había estado masticando una sustancia comúnmente denominada betel y se deshacía de los restos de esa manera tan poco agradable.
Aunque en las zonas de Asia y Oceanía donde su consumo es habitual casi todos conocen a este producto como nuez de betel, tal denominación es altamente incorrecta. En realidad, no tiene un componente único, sino que incluye al menos dos aditivos habituales en la zona. En primer lugar, una hoja de la planta homónima, de la familia de la pimienta y que en algunos lugares se ha usado en tratamientos medicinales desde la antigüedad. De otra parte, un trozo de la nuez de la areca, especie de palmera muy habitual en el Pacífico, Asia y otras zonas tropicales. Además de estos dos componentes esenciales normalmente se añade alguno más, que puede ser alguna especia, tabaco o más frecuentemente hidróxido de calcio, obtenido mediante la disolución en agua de trozos de piedra caliza.
En numerosos yacimientos arqueológicos se han encontrado evidencias de que la mezcla de hoja de betel y nuez de areca se ha mascado en estas zonas de Asia y Oceanía desde tiempos remotos. La adición de tabaco es claramente posterior, pues esta planta es originaria de América y fue traída hasta aquí por los navegantes europeos en el siglo XVI. Precisamente uno de ellos, Álvaro de Mendaña, relataba como al llegar a las Islas Salomón algunos jefes de las tribus que se encontró le ofrecían esta sustancia en señal de bienvenida. En la actualidad, su consumo está muy extendido en estas islas y es habitual encontrar restos de coloración rojiza en las calles de cualquier población. A pesar de los esfuerzos que se hacen en algunos lugares, generalmente privados, mediante carteles que indican la prohibición de escupir en el suelo.
De la misma manera que ocurre con el tabaco en las sociedades occidentales, la costumbre de mascar tan apreciada mezcla entraña ciertos riesgos para la salud del consumidor. Diversos estudios han demostrado que el cáncer de boca en las colectividades donde esta práctica es habitual está mucho más extendido que en aquellas donde es desconocido. Además, incrementa el riesgo de otros tipos de tumores y parece ser que también el de enfermedad cardiovascular. Aunque durante el mascado de la sustancia los dientes del usuario se tiñen de rojo como consecuencia de un alcaloide que contiene la nuez de areca, con el paso del tiempo se van ennegreciendo y al final terminan cayéndose, como es evidente entre los hombres maduros de la zona. No importa, a pesar de todas las advertencias la población masculina del área que se extiende desde India a ciertas islas micronesias no está dispuesta a renunciar a una de sus principales aficiones.
En Micronesia, el consumo de la mezcla de hoja de betel y nuez de areca se limita al territorio de Guam, Palaos y Yap, siendo desconocido más allá. La explicación a este hecho se debe a los diferentes colonizadores de estas islas en el pasado, cuyas costumbres han perdurado hasta la actualidad. Durante nuestro viaje por la zona tuve la posibilidad de probar esta sustancia y, dada mi afición a sumergirme en las costumbres locales dentro de lo posible, no lo dudé ni un instante. Así que acepté de buen grado la hoja de betel que me ofrecían, puse sobre ella un trozo de nuez de areca, le añadí unos polvos de hidróxido de calcio e introduje el envoltorio resultante en mi boca. Tras haber consumido absentha en mi juventud pensé que aquello sería un juego de niños, hasta que al tratar de incorporarme justo después de comenzar a masticarlo casi me caigo del mareo. Ése fue el precio que tuve que pagar para, por unos instantes, sentirme como un yapés más.
Soy de esas personas a las que se le hace difícil meter cualquier cosa por su boca. Y sabiendo que además le ponen tabaco… Así que no me queda otra que apreciar realmente lo que has hecho 😛
Muy interesante tu artículo, enhorabuena!
Saludos!
Me alegra que el artículo te resultara de interés.
Si llego a ser consciente de los efectos inmediatos de esta sustancia, lo mismo lo hubiera pensado algo mejor. Pero fue una experiencia interesante, de todas formas.
Muchas gracias por tu comentario y un saludo.