Con la muerte en la mirada
Localizado en la zona sur de Sri Lanka, justamente en la divisoria entre las provincias de Sabaragamuwa y Uva, el Parque Nacional Uda Walawe tiene una extensión algo superior a los trescientos kilómetros cuadrados. Fue creado hace aproximadamente medio siglo, con el fin de proteger a los animales salvajes que habían sido desplazados tras la construcción de un embalse cercano. Aunque está situado en el límite entre la zona seca y la lluviosa de la isla ceilanesa, en su territorio abundan las planicies y la cantidad de lluvia que recibe no es elevada. Debido a ello, el paisaje predominante es el de una llanura herbácea con curiosas reminiscencias de la sabana africana.
Aunque Uda Walawe es un buen lugar para la observación de aves, debido a la presencia de diversas zonas pantanosas, en su territorio destacan los grandes mamíferos. Búfalos, chacales, jabalíes, una variedad de macaco endémica de la isla, varios tipos de ciervos y algún que otro oso bezudo conviven en sus límites. Existen también algunos félidos, como el gato herrumbroso, el gato pescador o el difícilmente visible leopardo de Sri Lanka. Pero el rey de la reserva es, sin duda, el elefante asiático. Aproximadamente medio millar de ejemplares se desplazan en su superficie, atraídos por la abundancia de comida y, especialmente, por el agua que nunca les falta en el embalse vecino.
A la entrada de la reserva nos esperaban unos guardas, que iban a acompañarnos durante la visita. Junto a ellos, nos dirigimos hacia una especie de camioneta con la parte trasera al descubierto. Mientras uno de los vigilantes del parque se sitúa en el asiento del conductor, el segundo sube con nosotros a la parte trasera. Noto que va armado, hecho sin duda atribuible a las precauciones que hay que tomar en estos casos. La zona trasera de la camioneta dispone de una especie de asientos donde es aconsejable permanecer sentado mientras el vehículo está en marcha, pero es posible levantarse cuando se detiene, con el fin de mejorar la visión de las imágenes que se irán sucediendo a nuestro paso.
Lentamente, el vehículo se dirige hacia el interior del Parque Nacional. Es temporada seca, por lo que la llanura muestra un aspecto pajizo que inexorablemente me recuerda al de la sabana. Aun así, el agua no falta en diversas zonas y nos permite avistar numerosas bandadas de aves acuáticas, así como varios búfalos retozando en una charca. No faltan tampoco los elefantes. Generalmente van en grupos de hembras, junto a sus crías y algún que otro macho joven. También pueden verse solitarios machos adultos. Cuando nuestro conductor ve algo de interés, acerca la camioneta lo máximo posible. El guarda que va en la parte de atrás nos da algunas explicaciones. Nosotros nos ponemos de pie para observar con detenimiento esas escenas de comportamiento animal de las que somos testigos privilegiados y tomar unas fotos.
Nuestro safari asiático está llegando a su fin, por lo que nos dirigimos de vuelta a la entrada de la reserva. No muy lejos de nuestro camino vemos un enorme macho ramoneando solo en una acacia. El conductor se desvía algo de nuestra trayectoria y nos deja a muy pocos metros del enorme animal, que sigue comiendo sin hacernos mucho caso. Nos ponemos de pie para verlo mejor. De pronto, parece que nuestra presencia molesta al paquidermo, que carga hacia el vehículo visiblemente enfurecido. A velocidad de vértigo, el guarda que está a nuestro lado se interpone entre nosotros y el elefante, gritando y moviendo sus brazos enérgicamente. Su presencia parece intimidar al animal, que interrumpe su avance cuando nos tiene prácticamente al alcance de su trompa y da media vuelta. Todo ha ocurrido en milésimas de segundo y tardo en ser consciente de lo que podría haber sucedido, pero nunca olvidaré la imagen de la muerte reflejada en aquellos ojos.