Muerto y (casi) enterrado
Hace muchos años me topé casi de casualidad con una fotografía que contribuyó a excitar aún más de lo habitual mi imaginación infantil. Aparecía en la imagen un señor de mediana edad, ataviado con un traje de baño bastante tradicional y leyendo lo que parecía ser un periódico mientras flotaba sobre el agua. Su expresión tranquila y relajada daba sensación de calma, mientras que el presunto lago sobre el que transcurría la escena asimilaba ser una balsa de aceite. Evidentemente, tan idílico lugar no podía ser otro que el famoso Mar Muerto, donde concurren una serie de circunstancias que aseguran su unicidad no solo desde el punto de vista turístico.
Como me ha sucedido en innumerables ocasiones, tuve que esperar muchos años hasta que apareciera la oportunidad de acercarme a este lugar. Cuando parecía que, por fin, iba a ser el caso, algún evento inesperado surgía para posponer tan deseado encuentro. No importaba, siempre he sabido esperar mis oportunidades y esta vez no iba a ser la excepción. Surgida la ocasión, estaba preparado para encontrarme con un sitio del que ya conocía casi todo y que, a pesar de todos los pesares, sabía que no me iba a decepcionar. Tal y como nunca lo han hecho mis numerosos, y frecuentemente desmesurados, sueños infantiles.
Una prolongada bajada lleva desde la cima del monte Nebo hasta la orilla del mar Muerto. Tras pasar junto a un mojón que marca el nivel del mar, aún queda un largo trecho ladera abajo hasta alcanzar el borde del agua, cuyo nivel está en continuo retroceso en los últimos tiempos debido a la extracción salvaje que se hace en el cauce del Jordán, tanto desde lado jordano como desde lado palestino. Debido a ello, la superficie del lago se ha reducido prácticamente a la mitad en el último medio siglo y, en algunas zonas, el líquido elemento queda ahora a algunas decenas de metros de distancia de lo que solía estar hace pocas décadas. Tan emblemático lugar está pues en serio peligro de desaparición si no se toman las medidas de protección adecuadas. Que, por lo visto, no parece ser el caso.
Algunos datos del mar Muerto dan que pensar. Está situado a unos cuatrocientos treinta metros bajo el nivel del mar, que lo convierten en el punto más bajo de la superficie del Planeta Tierra con diferencia. Su superficie solía superar por poco los ochocientos kilómetros cuadrados, aunque la escasez de aporte de agua por parte de su único tributario, el río Jordán, parece condenarlo casi irremediablemente a un lento pero inexorable final. A pesar de que muchos comparan su salinidad con la del océano, es imposible equipararlas debido a que su composición es diametralmente distinta y prácticamente no contiene sodio. De todas formas, su nivel salino es unas diez veces superior a la del más salado de los mares.
Tampoco es correcto decir que no haya vida en su interior, pues existen numerosos microorganismos que allí tienen su espacio vital. La sensación que se obtiene al zambullirse en aguas de una salinidad tan extrema es cuando menos curiosa. Aunque intentes sumergirte hacia el fondo con toda tu energía, una especie de fuerza interior te devuelve implacablemente hacia la superficie. Cuando sales de allí, una capa de sal cubre tu cuerpo y conviene deshacerse de ella cuanto antes, pues unida a la elevada presión y temperatura en el exterior te provoca un calor extremo. Pero no hay que alarmarse, el alto contenido en minerales de estas aguas tiene numerosos efectos positivos para la salud. Y una inmersión en ellas hizo cumplir uno más de los sueños que tenía aquel niño que un día fui. Aunque en aquel momento no tuviera un periódico a mano para la foto.
Me ha traído muy buenos recuerdos este artículo de nuestra visita al Mar Muerto hace unos meses. Fue en el lado de Israel, desde el espectacular oasis de Ein Gedi, y la sensación que experimentamos no se olvida nunca. Comparto esa preocupación por cómo poco a poco se va evaporando el agua de este lugar único en el mundo por culpa de los desmanes del hombre. Y por último nos fascinó el contraste de la ausencia de vida del Mar Muerto y la explosión de vitalidad que hay unos kilómetros más abajo, en el mar Rojo. Un saludo.
Me gustaría ver el Mar Muerto desde el lado israelí algún día, debe ser una perspectiva diferente. En el Mar Rojo no he estado, pero aguas arriba del Jordán tuve la oportunidad de acercarme al Mar de Galilea y el contraste resulta interesante también. Agua dulce y vida como oposición a agua salada y muerte.
Muchas gracias por tu comentario.