Valle de Viñales (por Jorge Sánchez)
Viajé a Cuba en el año 1983. En esos tiempos uno no podía viajar por libre por el país, por lo que compré un tour en Mérida (México) y junto a 50 mejicanos visité el norte del país. Siempre nos acompañaba un guía local, Raúl, siempre pagábamos los extras en dólares americanos, como fue la entrada al Tropicana, el famoso cabaret cubano. Un día teníamos libre y yo me aventuré a viajar por mi cuenta a Pinar del Río, que no lo teníamos incluido en el programa. Quería ver algo del norte. La estación de autobuses era una merienda de negros. Allí no había manera de aclararse con tanta gente apretujada solicitando billetes de autobús. A Pinar del Río estaban agotados todos los boletos hasta dos días más tarde. Pero había un mercado negro. Fui a ver a los granujas que vendían esos billetes, pero justo en ese momento un taxista me dijo que le faltaba un único pasajero para ir al Valle de Viñales, cerca de Pinar del Río. El precio era muy moderado, así que me fui en el taxi.
El Valle de Viñales fue una sorpresa para mí, pues no tenía ninguna información sobre ese lugar. Me encantó el paisaje rocoso, la naturaleza frondosa, así como el Mural de la Prehistoria con pinturas de indios precolombinos, moluscos y animales mamíferos, todo en estilo naif. Había cuevas (adonde no entré) y campos de tabaco por doquier. Pero lo mejor era el espectáculo visual. El Valle de Viñales me recordó los paisajes de Guilin, en China, que ya conocía. Años más tarde visitaría dos lugares que también tienen cierto parecido con el Valle de Viñales: Vang Vieng (en Laos), y Ha Long Bay (en Vietnam).
De Viñales me fue fácil llegar a Pinar del Río, donde cené. Pensé en quedarme allí a dormir, pero temí que mi guía Raúl sería castigado si no llegaba a tiempo a La Habana para dar el parte de sus turistas (Cuba funcionaba en esos años como la Unión Soviética), así que abordé otro taxi compartido hasta La Habana (una hora y media de trayecto), adonde llegué ya oscuro. Por la mañana, Raúl sabía sobre mi escapada. Fue un misterio cómo lo averiguó. Yo no dije nada a nadie. Pero él estaba satisfecho porque no hubo consecuencias para él y no perdería su trabajo, y yo también estaba satisfecho por el éxito de mi pequeña aventura.