Langkawi (por Jorge Sánchez)
En la isla de Phuket, Tailandia, compré un billete combinado (bus, alojamiento más barco) a la isla malaya de Langkawi, en el mar de Andamán. Al llegar me concedieron 90 días de estancia. Curiosamente en el barco yo era el único occidental, a juzgar por las caras de los pasajeros. Todos eran asiáticos, distinguiendo por las lenguas a los tailandeses, coreanos, indios (de Chennai) y hasta una pareja de mochileros de la República Popular de China. Me alegré, pues no sólo tienen derecho a hacer turismo los ciudadanos de países ricos en dinero, como canadienses, estadounidenses, alemanes, franceses, australianos, españoles, etc. En el puerto de la isla había una gran estatua de un águila. Y es que en la lengua malaya coloquial, Langkawi significa águila de color marrón rojizo. Tenía el nombre de un hostal en la población de Kuah, donde se había alojado un viajero barcelonés que había vivido varios meses en Langkawi arreglando motos para los turistas, así que allí me instalé.
La isla me pareció muy bella, de naturaleza exuberante. Los precios eran moderados y las gentes sonrientes. Me sentí bien. Además, no había tanto turismo como en Koh Samui, Pattaya o Phuket, en Tailandia. Esa misma mañana en la oficina de turismo aprendí que Langkawi es un Geoparque Mundial, protegido por UNESCO. Se componía de tres sitios. Los estudié y elegí el más evocativo: el lago de la doncella preñada. Compré para el día siguiente una excursión hacia ese lugar, acompañado por multitud de turistas provenientes de Asia, entre los que reconocí a una familia de India (Chennai) que había desembarcado en Langkawi conmigo el día anterior. Los paisajes que admiramos durante esa excursión en barco eran maravillosos, vi rocas llenas de vegetación en medio del mar. Langkawi me pareció un paraíso ignorado por el turismo masivo.
Desembarcamos en la isla Hopping y de allí caminamos por una pasarela hasta el lago, en medio de la isla, y nos dieron tiempo libre. El sitio era hermoso. Hubo turistas que se bañaron en el lago, otros aprovecharon para comer. Yo hice trekkings alrededor del lago. Eso sí, había que tener mucho cuidado con los puñeteros monos, que eran ladrones. Al menor descuido te robaban el bocadillo, las gafas de sol, o la gorra, y desaparecían con su botín por entre los árboles. A media tarde regresamos todos los turistas a Kuah. Había sido una excursión maravillosa y, al mismo tiempo, había visitado el primer Geoparque Mundial de UNESCO en mi vida.