Volcán Mayón (por Jorge Sánchez)
En Manila abordé un autobús nocturno hasta Legazpi. Para recorrer menos de 500 kilómetros demoramos unas 12 horas, con una parada para cenar y otra para reparar el neumático de una rueda. Antes de viajar a Legazpi creí que la ciudad la había fundado el navegante vasco Miguel López de Legazpi, el primer gobernador de las Islas Filipinas. Pero estaba equivocado. Legazpi sólo fundó las ciudades de Manila y Cebú. Fue nuestra reina Isabel II quien asignó el nombre de Legazpi a la antigua ciudad de Albay.
Una poderosa e impresionante estatua de hierro en la entrada de la ciudad recordaba con gratitud al navegante español Miguel López de Legazpi. Leí el siguiente texto escrito en inglés en una placa bajo su monumento:
«The Royal Decree of September 22, 1856, the name of Albay covering both Albay Viejo and Albay Nuevo was changed to LEGAZPI in memory of Adelantado Don Miguel López de Legazpi which was inaugurated on October 22 of the same year.»
La ciudad de Legazpi era grata. Había iglesias centenarias, un waterfront junto al puerto que era un lugar de encuentro, y estaba lleno de cafeterías, más un mercado exótico donde se podía comprar frutas raras y pescado fresco a precios de risa. Fue en esa ciudad donde encontré a dos Carabineros de la Seguridad Pública, cuerpo basado en la Guardia Civil española. Me dio tanta ilusión que me hice una foto junto a ellos. La razón de mi viaje a Legazpi obedecía a mi deseo de contemplar el vecino volcán Mayón, cuyo cono está considerado el más perfecto del mundo. Ese primer día no tuve suerte, el volcán apenas se veía debido a la bruma. Y eso que ascendí a la colina Lignon (Lignon Hill) del parque nacional, desde donde se domina la mejor vista panorámica del volcán. Para ascender a esa colina se debía pasar por un Viacrucis. Por el camino había una iglesia, donde compré un cirio al monaguillo. Una vez en la cima se hallaba una cafetería donde almorcé un bocadillo de mortadela y una cerveza San Miguel mientras esperaba, en vano, a que se despejara el cielo para contemplar el volcán en toda su magnificencia. Regresé afligido a mi hotel, a pie, con la sensación de que ese día apenas lo había aprovechado.
El día siguiente, por consejo de unos indígenas, madrugué y me presenté de nuevo en esa colina, antes de que saliera el sol. Y esta segunda vez la vista fue clara y magnífica. El volcán me recordó al Fuji Yama, en Japón, pero los expertos afirman que el cono del Mayón es más perfecto que el japonés. Hice trekkings fáciles por la falda del volcán. Se podía subir al cráter pero para ello era necesario contar con la ayuda de una agencia turística que te suministraba un guía y el permiso, por lo que no ascendí. El tercer día regresé a Manila en otro autobús, que de nuevo empleó 12 horas en el trayecto, con una parada para cenar y otra para reparar el motor, que se escacharró poco antes de llegar a Manila. Visité este volcán en abril del año 2013. Una vez que llegué a mi pueblo Hospitalet de Llobregat, en España, al leer las noticias sobre Filipinas me enteré de que a los pocos días de mi visita (exactamente el 7 de mayo) hubo una erupción del volcán Mayón, y cinco montañistas (tres alemanes, una chica española más el guía filipino) que estaban escalándolo, habían muerto por la lava.