Si los viajeros a Jerusalén tuvieran que elegir una imagen representativa de la ciudad, probablemente la mayoría de ellos se decantaría por la resplandeciente cubierta dorada del templo conocido como Cúpula de la Roca. Desde la colina denominada Monte de los Olivos su áurea figura aparece en primer plano, como si de un estandarte de esta villa, que tiene el privilegio y a la vez la lacra de ser considerada santa por las tres grandes religiones monoteístas, se tratara. Mientras una tarde de diciembre de 2007 contemplaba desde la lejanía esta inusual mezquita refulgir bajo los rayos del sol, una sensación intensa comenzó a invadirme y por vez primera entendí por qué Jerusalén es un lugar al que ni judaísmo, ni Islam, ni cristianismo renunciarán jamás.

No está del todo clara la motivación que un califa de nombre Abd al-Malik tuvo para mandar construir este templo allá por el siglo VII. Su bóveda recuerda bastante a la de la iglesia del Santo Sepulcro y con su diámetro de veinte metros ambas tienen unas dimensiones casi idénticas, por lo que podría pensarse que la Cúpula de la Roca fue erigida para probar la supremacía del Islam sobre sus religiones competidoras en la ciudad. Por otra parte, alberga en su interior una roca que, según la tradición islámica, es el punto desde donde Mahoma ascendió al Paraíso acompañado por el ángel Gabriel, por lo que el templo habría sido construido para preservar ese sitio sagrado. Una última teoría, menos creíble, indica que fue levantada como lugar de peregrinación, en sustitución de La Meca, para los fieles que habitaban en el entorno de Jerusalén.

Sea cual fuere la causa, esta obra maestra, de aspecto mucho más bizantino que islámico, fue construida en la llamada Explanada de las Mezquitas, o en una denominación más apropiada Monte del Templo, pues este sitio no es exclusivamente sagrado para los musulmanes. De acuerdo con la tradición judaica, aquí estaba emplazado el Primer Templo, construido por el rey David para albergar el Arca de la Alianza y posteriormente ampliado por Salomón. También es significativa esta colina para los cristianos, pues allí mandó Santa Elena levantar una iglesia de la que no han quedado restos. Y aunque en la actualidad las edificaciones existentes en todo el complejo del Monte del Templo son en su mayoría islámicas, sigue siendo éste un lugar bajo constante disputa por cuestiones religiosas.

El acceso al interior de la Cúpula de la Roca solo está permitido a los practicantes del Islam. Rápidamente descarté el hacerme pasar por musulmán, como algunos intentaban, o el probar a descalzarme y colarme disimuladamente en el recinto, pero al menos traté de echar un vistazo a las reliquias que en la mezquita se guardan. También en vano, la respuesta fue una puerta cerrada ante mis ojos. No pude ver, por tanto, la roca sobre la que el templo fue erigido, desde la cual, según la tradición islámica, Mahoma partió para reencontrarse con Alá pocas décadas antes de la construcción del edificio. Esta piedra es también sagrada para los judíos, que creen que sobre ella Abraham iba a sacrificar a su hijo Isaac por orden de Yahvé, hasta que un enviado de éste detuvo su mano en el último momento. Episodio que es igualmente significativo para los cristianos por estar narrado en el Génesis.

Arquitectónicamente hablando, la Cúpula de la Roca fascina por su insólito aspecto, único en el arte islámico. De planta octogonal y con cuatro puertas de entrada, que apuntan a los cuatro puntos cardinales, su exterior está decorado con paneles de azulejos, traídos de Turquía en el siglo XVI y que representan motivos geométricos a la manera habitual en la decoración islámica. Para sacarle todo el partido a esta obra de arte conviene abordarla desde un punto de vista totalmente objetivo, abstrayéndose de las ideas políticas o religiosas que pudieran asaltarnos y distorsionar nuestra percepción. Solo así puede llegarse a la conclusión de que este singular edificio, seguramente el templo musulmán más antiguo que se conserva, es auténticamente extraordinario. Todo un símbolo en una ciudad simbólica donde las haya.