Rostov Veliki (por Jorge Sánchez)
Llegué a la vieja Rostov Veliki (es una ciudad más antigua que Moscú) sobre las 10 de la noche un día de finales de diciembre. Sabía que el famoso Kremlin, uno de los más fantásticos de las ciudades que configuran el Anillo de Oro, quedaba a unos 2 kilómetros de distancia a pie de la estación de tren, pero hacía tanto frío que en vez de caminar a él abordé un taxi, que solo cobraba 100 rublos, o 1 euro y medio, por depositarte en cualquier lugar de la ciudad.
Le pedí al taxista que me llevara a un hostal de los mas baratos y él me propuso el mejor que podía imaginar, el que se hallaba ubicado en el interior del Kremlin. Además, el precio por una habitación individual era de 700 rublos, o unos 10 euros y medio. No podía creer en mi suerte; ¡era la primera vez en mi vida que iba a dormir dentro de un kremlin! El portero me abrió la puerta de la fortaleza cuando le advertí que iba a pernoctar en el hostal. Subí a un primer piso de un edificio de madera que databa del siglo XVI. El interior parecía sacado de un cuento. Pedí un té a la recepcionista y tras bebérmelo me entregó la llave de mi cuarto. Las duchas quedaban en el corredor, pero no me importó. Madrugué para poder ver el interior del Kremlin al amanecer. Todo era hermoso: las cúpulas de plata de la catedral de la Asunción me fascinaron. Todo el interior del Kremlin era de fantasía; me parecía estar viviendo un hermoso sueño. Había una cafetería (llamada Sobranie) en el territorio del Kremlin donde desayuné y entré en calor para combatir los 15 grados bajo cero.
Tras visitar el museo y demás edificios caminé hasta el monasterio de Spaso Yakoblevski, a orillas del lago Nero. Allí recorrí su interior y participé en la misa matutina, tras lo cual compré un cirio y caminé por el lago helado para conversar con unos pescadores que habían abierto un agujero en el hielo y pescaban al tiempo que escuchaban la radio y bebían vodka. Todo un día pasé en esa entrañable ciudad, hasta que al final de la tarde, cuando empezaba a oscurecer, abordé un tren para seguir el viaje con el objetivo de conocer de una tacada todas las ciudades del Anillo de Oro.