En el corazón del bosque
Kuranda es una pequeña localidad australiana, situada a corta distancia de la más conocida ciudad de Cairns, que fue fundada hace poco más de cien años con el fin de explotar la riqueza minera y maderera de la zona. Desprovista de interés histórico y no demasiado agraciada estéticamente hablando, pasaría sin duda desapercibida si no fuera por su ubicación en el corazón del bosque lluvioso que cubre esta parte del noreste de Australia. Este hecho la ha convertido en un importante centro turístico cuyas atracciones para los visitantes incluyen espectáculos de danza aborigen, mercados de artesanía, recintos donde contemplar diversos tipos de animales de la zona, entre los que destacan koalas, canguros y varias especies de reptiles, y una gran variedad de restaurantes y tiendas de recuerdos.
En realidad, una visita a este lugar carecería por completo de sentido salvo por las maravillas que pueden observarse durante el trayecto hasta él. Kuranda está perfectamente integrada en un bosque lluvioso que es probablemente el más antiguo que queda en la Tierra. La biodiversidad es aquí tan asombrosa que se calculan más de tres mil especies diferentes de plantas, con numerosos endemismos entre ellas. Actualmente, esta selva ocupa un área que representa una mínima parte del continente australiano, aunque en el pasado llegó a cubrirlo por completo. Diversas especies arbóreas que en ella crecen se levantan varias decenas de metros sobre la superficie y se cree que algunos de sus ejemplares llegan a alcanzar miles de años de existencia. Para completar este paradisiaco panorama, raras especies de mamíferos y aves tienen su lugar de residencia en el bosque, aunque su carácter huidizo hace casi imposible percatarse de su presencia.
Una buena opción para llegar hasta Kuranda es dirigirse a la estación de Freshwater, situada a las afueras de Cairns, y tomar un tren que hasta allí lleva a los visitantes. Este ferrocarril fue ingeniado a finales del siglo XIX para llevar provisiones a los mineros que trabajaban en la localidad de Herberton, ubicada algo más arriba. Su construcción fue ardua, pues hubieron de excavarse numerosos túneles y levantarse diversos puentes para salvar las adversidades del terreno. Con el cese de las actividades en la mina llegó su ocaso, hasta que se decidió reutilizarlo con fines turísticos. Durante el trayecto, que dura aproximadamente una hora y media, se aprecian excelentes vistas sobre el bosque lluvioso así como varias cascadas. Una de las más conocidas es la llamada Stoney Creek, que cae junto a un famoso puente de forma casi semicircular por el que discurre la vía.
El ferrocarril se detiene en diversas ocasiones con el fin de que los viajeros puedan contemplar los atractivos del paisaje que los rodea. Una de las paradas está situada junto a un mirador desde donde se divisa otra cascada, aún más espectacular que la anterior. Formada por el río homónimo en su vertiginoso descenso hacia el mar, Barron Falls está integrada en un impresionante desfiladero denominado Barron Gorge, que está declarado Parque Nacional. Lamentablemente, nuestra visita a Kuranda coincidió con la temporada seca y su flujo no era excesivo, a diferencia de lo que sucede en el periodo húmedo. Contribuye a la ausencia del líquido elemento en determinadas ocasiones la existencia de una presa, creada para regular el caudal que llega a una planta hidroeléctrica situada aguas abajo.
Si el viaje de ida hasta Kuranda ha sido en ferrocarril, hacer la vuelta en teleférico es un modo complementario que permite al visitante hacerse una idea más completa del entorno. Durante un trayecto de más de siete kilómetros y a más de cuarenta metros sobre el suelo en algunos puntos, puede éste apreciar desde la cabina una perfecta visión cenital del bosque lluvioso que rodea la localidad. Existen un par de paradas intermedias, en las que un pequeño circuito ofrece la posibilidad de integrarse durante unos minutos en la exuberante vegetación tropical así como avistar de nuevo Barron Falls desde un ángulo diferente. Contemplar el bosque más primitivo del Planeta desde el aire constituyó una experiencia formidable e inolvidable, que me enorgullece haber podido disfrutar a pesar de mis, en otras ocasiones, limitantes ataques de vértigo.