MunDandy

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Portugal

Por encima de las nubes

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A pesar de mi cercanía, física durante mi infancia y adolescencia y espiritual siempre, a Portugal, tardé tiempo en visitar la isla de Madeira, de la que tan bien había oído hablar a mucha gente. Tuve ocasión de sacarme la espina hace algo más de una década, cuando surgió la oportunidad de pasar unos días en esta isla dotada por la naturaleza de una agreste belleza y famosa por la calidad de sus vinos. Poco tiempo después aterrizábamos en el aeropuerto de Funchal, conocido en aquella época por la escasa longitud de su pista, lo que hacía que solo pilotos muy expertos tuvieran autorización para tomar tierra en ella.

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La isla de Madeira está prácticamente aislada en medio del Océano Atlántico, excepto por la vecindad de la más pequeña aún isla de Porto Santo y algunos islotes cercanos. Su tamaño es similar al de islas como Menorca o La Palma, aunque está bastante más densamente poblada que éstas, fundamentalmente en los alrededores de su capital, Funchal. Cuando navegantes portugueses llegaron a sus costas, hace unos seiscientos años, se cree que no existía población autóctona en ella, aunque probablemente ya había sido visitada previamente por navegantes genoveses o venecianos. Sea como fuere, su historia ha estado indisolublemente unida a la de Portugal desde entonces.

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Madeira no resulta el lugar más apropiado para quienes piensen en disfrutar de unas vacaciones tumbados al sol junto al mar. Su naturaleza volcánica la hace ser, sin embargo, un paraíso para los amantes del senderismo. Son famosas unas antiguas canalizaciones de agua, conocidas localmente como levadas, que ahora son usadas como senderos mediante los que se puede recorrer prácticamente toda la isla. En su gastronomía destaca el espada, como se conoce a un pez que vive a cerca de mil metros de profundidad y tiene aspecto de habitante abisal alargado, de ahí el origen de su nombre. Este pez se captura con una técnica especial y su pesca solo se efectúa aquí y en algunas zonas de Japón. Al vivir a tanta profundidad, invariablemente muere por descompresión si se trata de izarlo a la superficie, por lo que no ha sido visto vivo prácticamente nunca.

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Aunque en Madeira es muy conveniente alquilar un coche, como poco amigo de la conducción que soy decidí recorrer la isla por otros medios. Un día me acoplé a un grupo y con ellos fui en autobús hasta Cabo Girão, pasando por el pueblo de Câmara de Lobos. Cabo Girão es un acantilado de unos seiscientos metros de altura, que los habitantes de Madeira consideran el segundo más alto del mundo. En realidad, esta afirmación no es muy correcta pues solo en Europa hay al menos tres acantilados más altos que éste, uno de ellos el famoso Preikestolen. Aunque Cabo Girão impresiona de todas formas. Eché un rápido vistazo al fondo, con todas las precauciones posibles. Nos dirigimos más tarde hacia Porto Moniz, el punto más al norte de Madeira, y de aquí fuimos bordeando la costa hasta São Vicente, atravesando varios túneles. Esta ruta es totalmente recomendable, con unas vistas de ensueño, que incluyen diversas cascadas como la famosa Velo de Novia.

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También contactamos con un taxista para que nos subiera hasta el Pico do Arieiro, el segundo más alto de la isla. Desde aquí pretendíamos ir andando hasta el Pico Ruivo, el más alto de Madeira con sus más de mil ochocientos sesenta metros. Pero lo que parece fácil en un mapa a veces no lo es en realidad y nuestra forma física no era la más adecuada, así que tras estudiar el terreno le pedimos a nuestro amigo el taxista que nos esperara cerca del mismo Pico do Arieiro un par de horas más tarde. Parte de esta zona está protegida bajo la denominación de Reserva de la Biosfera Santana Madeira y las vistas son espectaculares. Tras unos minutos, el tiempo empezó a cambiar y pudimos ver el Pico Ruivo sobresaliendo por encima de las nubes, que también quedaban por debajo de nosotros en una impresionante imagen. Para reponernos de tantas emociones decidimos volver a Funchal, donde nos esperaban unas raciones de espadas grelhados de las que dimos buena cuenta junto a unas copas de sercial, uno de los más característicos caldos locales. Nada mejor para sentirse por encima de las nubes aunque tus pies estén aún en la tierra.

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