Tres mentiras y una gran verdad
Unánimemente aclamada por su belleza, Santillana del Mar es popularmente conocida como la villa de las tres mentiras. Tan peculiar apodo se debe al hecho de que los lugareños aseguran que esta localidad cántabra ni es santa, ni es llana, ni tiene mar. Pero, más que mentira, esta última afirmación sería tan solo una mentirijilla, puesto que aunque la población en sí no está bañada por las olas, sí lo hace el municipio homónimo del que forma parte. Curiosidades aparte, lo cierto es que la población se asienta en un lugar tradicionalmente denominado Planes, en el que se construyó la actual colegiata de Santa Juliana. De ésta derivó el término Santillana, al que se le añadió una alusión al mar debido a su proximidad al Cantábrico.
Los orígenes de la villa se remontan a la segunda mitad del siglo IX, cuando en Planes se construyó una ermita posiblemente destinada a albergar los restos de la mártir Santa Juliana de Bitinia. Numerosos autores dudan de esta aseveración, pero, sea como fuere, hacia finales del siglo X el templo ya formaba parte de un monasterio y, aproximadamente medio siglo más tarde, ya había adquirido el rango de colegiata. A partir del siglo XIII comenzó a desplegarse la población tal y como la conocemos hoy día, alcanzando su cénit durante los siglos XIV y XV. En esa época inmediatamente anterior al Renacimiento fueron edificadas la mayoría de las casonas y torres que podemos ver en la actualidad.
El urbanismo de Santillana del Mar se estructura en torno al eje que forma la calle de Juan Infante, que más adelante se bifurca en la antigua calle del Rey, hoy día conocida con los nombres de Carrera, Cantón y del Río, y tras atravesar la plaza de Ramón Pelayo se convierte en calle de los Hornos. Anteriormente denominada Plaza Mayor, la plaza de Ramón Pelayo concentra algunas de las edificaciones más interesantes de la villa. Entre ellas sobresalen la magnífica Torre del Merino, así denominada por servir como alojamiento al apodado merino, representante real en la población, y la no menos impresionante Torre de don Borja, que lleva ese nombre en honor a uno de sus propietarios más ilustres. Diversos palacios y casas solariegas se agolpan tanto en la plaza como en sus alrededores.
Compartiendo similitudes con Santillana del Mar, la localidad de Potes se ubica más hacia el interior de Cantabria, concretamente en el valle de Liébana. Estas dos poblaciones fueron fundadas en la segunda mitad del siglo IX y su desarrollo fue en cierta manera paralelo hasta llegar a su punto culminante a mediados del siglo XIV. En esa época ambas pertenecían a Íñigo López de Mendoza, a quien le fue otorgado el título de Marqués de Santillana por el rey Juan II de Castilla en 1445. Fue entonces también cuando se construyeron sus edificaciones más relevantes y tanto la una como la otra iniciaron su trayectoria descendiente en fechas inmediatamente posteriores.
No obstante, este recorrido análogo terminó durante la infausta Guerra Civil española. Con el pretexto de su presunto apoyo al carlismo en el pasado, el bando republicano incendió y arrasó Potes, que hubo de ser reconstruida tras la finalización de la contienda. De esta manera, mientras que Santillana del Mar conserva sus torres y palacios, en Potes apenas se mantienen la iglesia de San Vicente y la poderosa Torre del Infantado como edificios relevantes. A pesar de todo, la capital de la comarca de Liébana mantiene un casco histórico impoluto y de indudable interés. Cualquiera que visite estas históricas localidades se dará cuenta de la gran verdad que supone considerarlas como dos de las poblaciones más bonitas de España.