Los que sobrevivieron
Había una vez un pueblo que vivía a la sombra de otro mucho más numeroso, del que lo distinguían rasgos identitarios característicos como su lengua, sus creencias y sus tradiciones. A pesar de las evidentes diferencias entre uno y otro, las relaciones entre ambos estaban basadas en la cordialidad y el respeto, lo que proporcionaba a sus miembros una existencia tranquila y pacífica. Hasta que un funesto día, los poderosos, acuciados por el hambre provocada por las pobres cosechas a consecuencia de la sequía, comenzaron a perseguir a sus vecinos con el fin de venderlos como esclavos. Conscientes de su inferioridad, éstos no tuvieron más remedio que emprender la huida y, guiados por un rey a quien el peligro aguzó el instinto, se apresuraron a refugiarse en las protectoras aguas de un lago, donde sus perseguidores no se atrevían a entrar.
Aunque esta historia parezca extraída de una película, sucedió en el actual territorio de Benín en algún momento del siglo XVIII. En aquella época, el tráfico de esclavos estaba en pleno apogeo y esa zona era uno de los principales puntos de partida de los barcos esclavistas hacia tierras americanas. Tribus de la etnia fon se agrupaban hacia el interior constituyendo el reino de Abomey, al que no pertenecían sus vecinos de la etnia tofuni, muy apegados a su identidad tradicional. Probablemente, un periodo de fuerte sequía provocó una suerte de hambruna en la zona, algo que aprovecharon los fon para intentar hacer negocio con los negreros vendiéndoles individuos tofuni. Pero no contaban con el ingenio del caudillo Agogboe, que guio a sus súbditos hacia el lago Nokoué, sabedor de que sus enemigos se detendrían ante sus aguas debido a sus creencias religiosas.
Hace por tanto casi trescientos años que el pueblo tofuni se integró en las aguas del Nokoué, con las que desde el comienzo mantuvo una excelente relación, y desde entonces no ha salido de allí. Construyen sus casas sobre pilares, a la manera de los palafitos, y para desplazarse entre ellas utilizan unas canoas que manejan a la perfección. Viven generalmente de la pesca, que practican mediante un sistema tradicional conocido como acadja y que consiste en crear una especie de arrecife artificial formado por plantas, con las que atraen a los peces. Una vez que el número de éstos es adecuado, rodean el sitio con una red de grandes dimensiones para que no puedan escapar. Y entonces los hombres del poblado se introducen en el estanque así formado, procediendo a capturarlos con redes de tamaño más pequeño.
Para completar el perfecto equilibrio que se vive en los poblados tofuni, las mujeres suelen dedicar sus horas de actividad al comercio. Por la mañana temprano cargan sus barcas con los productos a la venta y con ellas se desplazan ágilmente por los canales hasta que dan por terminada la faena, a veces bien entrada la noche. La canoa es, por consiguiente, no solo un medio de transporte sino el ente donde transcurre la mayor parte de su vida diaria. En ella trabajan, comen, beben, hacen vida social, sueñan. La simbiosis de los tofuni con las aguas del lago es casi perfecta y la canoa es el componente vital para llevarla a cabo. No es de extrañar, por consiguiente, que los niños del poblado aprendan a remar prácticamente antes que a andar y que sus juegos cotidianos se desarrollen en estrecha relación con el líquido elemento.
Existen diversos asentamientos en el lago Nokoué, siendo el más conocido de todos el llamado Ganvié, palabra que viene a significar algo así como los que sobrevivieron. Como era de esperar, es frecuente llamar a este poblado la Venecia africana, aunque no tenga prácticamente ningún punto en común con la venerable ciudad italiana. Mucho más evidente es la similitud con algunas aldeas lacustres del lago Tonlé Sap, donde retornaron a mi mente imágenes vividas en Ganvié unos años atrás. Pero incluso en esos poblados camboyanos no pude sentir el mimetismo que mantienen la etnia tofuni y el lago Nokoué, a cuyas aguas llegaron en busca de protección y ya nunca abandonaron. Porque como ellos mismos afirman, allí están mucho más seguros que en tierra firme. Seguramente tienen razón y enemigos más peligrosos que quienes los obligaron a refugiarse en ese lugar en el pasado acechan a orillas del lago, intentando en vano entregarlos a la esclavitud moderna.
¡Hola Florencio!
Honestamente, ni pajolera idea tenía de este poblado. Y me encantan estas historias. Siempre busco curiosidades sobre sitios tan raros como puede ser este, Benín, o cualquier otro, así que no me queda más remedio que felicitarte por la entrada, y también por el blog, que es ya la tercera vez que llego a parar aquí. Ahora mismo lo comparto.
Me pica la curiosidad, ¿son tuyas las imágenes? ¿estuviste allí?
En fin, gracias por el artículo y ¡un saludo desde Moscú!
Jabi
Sí, estuve en Benín hace unos años y me pareció un país tan extraño como sorprendente. Las imágenes también son mías.
Puesto que te interesan las curiosidades y también las lenguas, déjame recomendarte un par de lugares. Uno de ellos es la isla caribeña de Aruba, donde aún se habla el papiamento, el lenguaje que probablemente usaban los piratas para comunicarse. Una curiosa mezcla del español del siglo XVII con neerlandés, inglés y francés criollo. El otro es la isla micronesia de Guam, donde se habla el chamorro, también bastante influenciado por el español debido a los siglos que estuvieron allí nuestros compatriotas.
Muchas gracias por tus palabras.
Yo creo Florencio que deberías decidirte a relatarnos tus viajes por esos mundos e integrar todas estas historias que nos cuentas en su momento viajero. Nos darías una alegría a los que te seguimos y les dejarías a tus hijos un cuaderno de bitácoras alucinante.
Plantéatelo!!!
Saludos
El problema es que soy un completo desastre para recordar datos prácticos y escribo de forma demasiado anárquica, guiado tan solo por las sensaciones experimentadas en los lugares que he visitado. Me veo incapaz de ordenar todo lo que he vivido en el aproximadamente cuarto de siglo que llevo viajando y hacer algo medianamente legible. Pero tampoco lo descarto, más que nada por lo que comentáis de dejarles ese legado inmaterial ( material lo tienen crudo 🙂 ) a mis hijos. Aunque dudo que en ellos despierte el más mínimo interés, al menos por el momento.
Muchas gracias por vuestras palabras y un abrazo.
Agarré este macanudo relato y visualicé los sitios en google map. El señor Florencio escribe acá bien bravo, y estoy de acuerdo con la opinión de la pareja romántica Pilar y Paco, el señor Florencio debería agarrar más lindas historias como esta de Benin, pues son dignas de aparecer en la revista National Geographic para deleite y gozo de toda la humanidad.
Le agradezco mucho sus hermosas palabras, señor García. Ganvié es uno de esos lugares que no deberían desaparecer y espero que los tofuni sean conscientes de ello y presten oídos sordos a los cantos de sirena de la civilización. Difícil lo tienen, de todas formas.
Muchas gracias por su comentario.