Vecino rico, vecino pobre
Situada a escasa distancia de Dubai, la localidad de Sharjah ofrece al viajero una curiosa mezcla entre lo moderno y lo tradicional. Hecho éste que no deja de ser habitual en todo el territorio de los Emiratos Árabes Unidos, pero que aquí resulta aún más evidente a los ojos del visitante. No faltan en la ciudad, capital del emirato del mismo nombre, las construcciones futuristas que surgen como setas en las hiperdesarrolladas urbes de este país, ni los centros comerciales de última generación, ni los lujosos automóviles circulando por sus amplias avenidas. Pero hay algo en la actitud de la gente, en su manera de vestir y comportarse, que apunta a una sociedad bastante conservadora.
A pesar de que su superficie equivale tan solo a la tercera parte de la Comunidad de Madrid, Sharjah es el tercer emirato en extensión del país, tras Abu Dhabi y Dubai. Considerada frecuentemente la ciudad cultural por excelencia de los Emiratos, en su capital abundan los museos y las galerías de arte. También son famosos sus zocos y su mercado, que se extiende paralelo a la bahía. Y es que, al igual que las capitales de cada uno de los siete emiratos que forman este estado atípico, Sharjah se abre por completo al Golfo Pérsico, principio y final de esas rutas comerciales tan fundamentales en el pasado para un pueblo tradicionalmente dedicado a esta actividad.
Si Dubai, situado al oeste de Sharjah, pudiera ser su vecino rico, Ajman, a corta distancia hacia el este, si no pobre, pues ninguno de estos emiratos lo es, podría considerarse al menos su vecino pequeño. Con una superficie de aproximadamente doscientos sesenta kilómetros cuadrados, una décima parte de la de Sharjah, se trata del emirato de menor extensión de los siete, aunque no puede decirse que esté poco poblado. Se debe ello a la imaginación de sus dirigentes que, viendo que su escasa superficie les privaba de los recursos petrolíferos que enriquecían al resto, lograron atraer a la industria y los inversores extranjeros mediante leyes favorecedoras en ese aspecto.
Y eso que la de Ajman no deja de ser una sociedad tradicional, aunque menos conservadora que la de su vecino Sharjah. El principal atractivo de su capital para el visitante es una fortaleza que en el pasado servía como defensa de la población y que ahora funciona como una suerte de espacio etnográfico. Probablemente fue levantada en el siglo XVIII y hubo de ser reconstruida tras su destrucción a principios del siglo XIX por parte de navíos británicos que intentaban conquistar la ciudad. Hace unas décadas fue donada por la familia gobernante al pueblo de Ajman para ser convertida en un museo, que permite hacerse una idea del cambio radical que ha experimentado la forma de vida en estas tierras en un corto lapso de tiempo.
Tanto en Ajman como en Dubai el número de mezquitas es bastante inferior al de Sharjah y su aspecto mucho menos impresionante. Entre los varios centenares que se cuentan en la capital de este último emirato destacan las denominadas al-Majaz y al-Noor. Y sobre todas ellas la llamada Rey Faisal, cuyo nombre hace referencia a un monarca saudí que era muy conocido en Marbella por su numeroso séquito y la generosidad de sus propinas, una de las más espectaculares e impactantes en todo el estado. Quizás este apelativo dé una idea al futuro viajero a Sharjah sobre la razón por la que tanto una vestimenta inapropiada como el consumo de alcohol están estrictamente prohibidos en todo su territorio.