Luxemburgo (por Jorge Sánchez)
Me costó al menos una hora llegar, ya oscuro, desde la estación de tren al albergue de Luxemburgo, abajo del todo, junto al río, en un barrio llamado Grund Quarter. Allí conseguí una cama en un dormitorio a precios razonables. Me gustó mucho el alojamiento y conocí en él a viajeros notables españoles, con los que no paré de intercambiar información viajera.
Por la mañana organicé mis excursiones a esa ciudad, tan relacionada históricamente con España. Tras visitar las casamatas (erigidas por los españoles) junto a las murallas y sólidas fortificaciones, el Gran Palacio Ducal (por fuera, pues no me dejaron por dentro), y comprar un cirio en la catedral de Notre-Dame, me dirigí a la Oficina de Información y Turismo para recabar información sobre el paso de nuestros Tercios de Flandes por Luxemburgo, villa que era escala entre Milán y Bruselas, y donde nuestros soldados se sentían en casa.
Telefonearon a un historiador, que se presentó al ratito y durante más de una hora no paró de darme datos sobre los Tercios de Flandes y los lugares y signos que recuerdan a los españoles en Luxemburgo, como la calle dedicada a Felipe II (la más chic de Luxemburgo), y otra, la Rue Monterey, en honor de Juan Domingo de Haro, gentilhombre de Felipe IV.
Y, para finalizar, me obsequiaron con un mapa para efectuar por mi cuenta un tour circular llamado Wenzel, el cual me tomó unas dos horas, para conocer los sitios más históricos y característicos de Luxemburgo. A media tarde me compré un bocadillo de mortadela para merendar, y embarqué en un tren a Namur, donde visitaría los famosos campanarios (otro Patrimonio de la Humanidad) y el cenotafio donde se preserva el corazón de nuestro Don Juan de Austria.