Luang Prabang (por Jorge Sánchez)
La primera vez que viajé a Laos, en 1997, no pude visitar a Luang Prabang porque estaba prohibido (al menos para los extranjeros) llegar a ella por tierra, debido a la peligrosidad, y te obligaban a volar, pero yo carecía del dinero para el billete de avión. Menos mal que esa situación se acabó y muchos años más tarde pude por fin conocer esa interesantísima ciudad viajando a ella en autobús desde Vientiane, con una escala previa de dos días en la también bella Vang Vieng.
Una de las cosas que me gustaba hacer en Luang Prabang era madrugar para observar a los monjes pedir limosna, la ceremonia de tak bat, aunque reconozco que sólo madrugué una vez, jajaja… y las otras me quedé dormido. Consideré que verles una vez bastaba, pues todos los turistas hacían lo mismo, y la madrugada que me levanté más temprano éramos más extranjeros en la calle que gente local. No vi a los monjes muy felices al sentirse tan seguidos con la mirada por los turistas.
Tres días fue mi estancia en Luang Prabang. Como no soy aficionado a apuntarme a las excursiones turísticas que se ofrecían, como visitar cataratas, tours en bicicleta, raftings por el río Mekong, montar en elefantes, etc., sino que me quedaba en los templos (visité los principales) y me quedaba ensimismado escudriñando los pequeños detalles tallados sobre ellos relatando la vida de Buda y sus discípulos. Cenaba a diario en un callejón comida local muy aceptable, a precios de risa.
Hoy, los recuerdos de Luang Prabang se hallan almacenados en mi memoria bajo el apartado de ciudades asiáticas íntimas, junto a Isfahán en Irán, Khiva en Uzbekistán, Chitral en Pakistán, Kashgar en China, Lhasa en Tíbet, Bagan en Myanmar… El cuarto día viajé en autobuses al sur del país, a la isla de Don Khong, siguiendo la Banana Pancake Trail.